
Llamado el Viaducto de Segovia, de la calle Bailén o simplemente "El Viaducto", es un puente que salva el gran desnivel existente entre el Palacio Real y la iglesia de San Francisco el Grande. En aquel entonces la actual calle Bailen finalizaba bruscamente en un profundo barranco puede verse en un antiguo grabado del flamenco Antoon Van Den Wijngaerde realizado en 1564. Dos puntos neurálgicos en el Madrid (de antes y de ahora) que por su importancia, sorprende que no fuese hasta 1874 cuando se inauguró un puente de hierro y madera antecesor del actual, para solventar este problema. Hasta ese momento quienes pretendían cruzar de un lugar a otro tenían que realizar una auténtica expedición que suponía el bajar al profundo valle horadado por el llamado arroyo de San Pedro, que por aquí bajaba hacia el río Manzanares, y luego subir la penosa cuesta a través de diversas costanillas o calles empinadas. Hubo proyectos en el siglo XVIII y posteriormente por parte de José Bonaparte que por falta de financiación no llegaron a buen puerto hasta el 13 de octubre de 1874. Aquel antiguo viaducto no tuvo una vida muy larga pues tenía más vocación de pasarela que de puente propiamente dicho y en 1932 fue derribado debido a su mal estado de conservación. El gobierno de la II República convocó un concurso para construir un puente que sustituyese al anterior y que finalmente fue adjudicado al arquitecto Francisco Javier Ferrero que diseñó un proyecto en estilo racionalista construido en hormigón armado pulido que se inaugura en 1934. El nuevo viaducto sufrió bastante durante la Guerra Civil al estar cerca de la zona de batalla y por ello hubo de ser reconstruido de nuevo en 1942. Los problemas no acaban ahí pues el puente diseñado para soportar menos peso que el del habitual tráfico rodado motiva que comiencen a aparecer varias numerosas grietas y debido a ello se plantea su derribo para sustituirlo por uno más moderno. Finalmente no desaparece y es sometido a una gran remodelación en los años 70 que aun manteniendo el diseño del segundo viaducto aumenta luz y altura reforzandose para soportar un mayor flujo de tráfico.
Debido a su altura, el viaducto siempre ha sido considerado el lugar favorito para los suicidios en Madrid, ya desde su comienzo. Ya a la semana de inaugurarse en 1874, una chica intentó suicidarse (sus padres no admitían su matrimonio con un joven humilde) y que afortunadamente no murió pues su vestido hizo efecto de paracaídas. Sin embargo las muertes por arrojarse desde aquí llegaron a su triste fin con cierta regularidad durante más de un siglo. En la década de los noventa aumentaron a un ritmo de cuatro por mes y alcanzando un máximo de hasta ocho en 1998. Era habitual entre los vecinos de aquella época el sobresaltarse a menudo con el ruido seco de los cuerpos al caer sobre el asfalto. Se cuenta que la policía entregaba mantas por anticipado al portero de la finca más cercana para cubrir los previsibles cadáveres.
Los vecinos hartos de esta situación se quejaron al Ayuntamiento y en octubre de ese mismo año se instalaron unas pantallas transparentes junto a las barandillas del viaducto. Desde entonces, esa medida ha reducido significativamente el número de intentos y a pesar de las barreras, sólo los más tradicionalistas siguen viniendo aquí a reunirse con su trágico destino.
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Detalle de la memoria de 1933 (Fuente Wikipedia Commons. Dominio Público) |
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Vista desde el arranque de la calle Beatriz Galindo |
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Vista del lado norte
 | Las pantallas anti-suicidios instaladas por el Ayuntamiento reflejan el trafico rodado |
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